ENRIQUE LISTA
ENTREVISTA
Nombre completo | Enrique José Lista Romay
Año nacimiento | 1977
Lugar de nacimiento | Malpica de Bergantiños, A Coruña
Estudios | Doctor en Bellas Artes, Facultade de BBAA de Pontevedra, Universidade de Vigo, 2015 | Master Universitario en Arte contemporánea, Facultade de BBAA de Pontevedra, Universidade de Vigo, 2011 | Ciclo Superior de Gráfica publicitaria, Escola de artes Pablo Picasso, A Coruña, 2003 | Licenciatura en Bellas artes, Facultade de BBAA de Pontevedra, Universidade de Vigo, 2000
Actividad fotográfica | Arte | Gestión cultural
Año de comienzo de actividad | 1998
Estado actual | Activo (baja intensidad)
Empresa y/o colectivo | Miembro del equipo de organización de Ffoco, Festival de fotografía da Coruña | Vocal en A Colectiva, Asociación profesional de artistas de Galicia | Colabora con LUR, investigación y estudios visuales.
Web | cargocollective.com/enriquelista | enrique.lista@yahoo.es
Enrique Lista es una pieza importante en la fotografía gallega porque gracias a su tesis doctoral (aún no publicada) se podrá entender mejor la relación de la fotografía y el arte moderno en Galicia. Es coorganizador del festival de fotografía Ffoco en la ciudad de A Coruña y la fotografía es una herramienta esencial en muchas de sus obras artísticas
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Jose: He de decirte que cuando fui alumno de BBAA en Pontevedra Manuel Sendón nos enseñó en su clase de fotografía uno de tus fotogramas arrugados (el más claro). Me quedé con la boca abierta. Para mi es una imagen icónica en su estilo, creo que pensé algo así como: «¿!Es que a nadie en la Bauhaus se le ocurrió hacer esto!?». Mentalmente la relacioné con los fotogramas vanguardistas famosos, ya sabes, espirales de revelado y otros objetos dejados encima del papel, y todos me parecieron experimentos de niño pequeño al lado del tuyo. Tu nos dices sobre ella: «La representación, el objeto (papel) y la memoria coinciden». ¿Que pudo más en ti al hacer esa foto, el gran poder visual que tiene o el concepto?
Enrique: Es difícil de explicar cómo llegué a hacer esa serie de fotogramas, porque explicarlo también es construir un relato que nunca acabará de ajustarse a lo que ocurrió, pero creo que los intentos de explicación siempre son útiles.
Me preguntas si, a la hora de hacer aquellos fotogramas, pesó más el poder visual o el concepto, y diría que ni lo uno ni lo otro, sino más bien el proceso de buscar una forma de hacer fotogramas que no cayese en el tópico de la sombra de un objeto más o menos reconocible. Creo que, de algún modo, tenía en mente los fotogramas vanguardistas a los que aludes, y que valoro como propuesta pionera en el análisis del medio fotográfico, pero que mantienen una parte anecdótica y/o formalista de la que no conseguían librarse.
Intentando ir al meollo del asunto, me preguntaba cómo hacer un fotograma que pudiese tener la misma iconicidad una fotografía hecha con cámara, pero esto era solo una intuición. No creo que tuviese algo como un concepto previo, tenía más bien una idea de la dirección en la que trabajar. El proceso fue la clave. Pensé en como la luz marca más las arrugas de un papel cuando es oblicua. Arrugué papeles de foto y los expuse en la ampliadora colocados de forma oblicua. Vi que aquello podía funcionar y fui puliendo el proceso hasta colocar el papel de foto arrugado en horizontal y exponerlo con un flexo. El resultado es el que conoces: después de expuestos y vueltos a aplanar, el revelado marcaba las sobras que los papeles habían tenido (o, para ser exactos, el negativo de las mismas). Hice un montón de fotogramas, pero elegí solo algunos. En esa última parte del proceso sí pesó el componente visual y la búsqueda de cierto atractivo o capacidad de sugerencia.
J.: Tu eres un artista que en numerosas ocasiones utiliza la fotografía y muchas de tus obras son solamente fotografías ¿Te consideras también un fotógrafo?
E.: Una de las preguntas del millón. Creo que conviene comenzar por aclarar el uso que damos a la palabra fotógrafo (prefiero decir uso que significado).
Simplificando mucho, diré que entre todos los usos de la palabra fotógrafo me parecen fundamentales para el caso los que implican connotaciones de oficio, los que refieren a una profesión (que no es lo mismo que un oficio) y los que de algún modo adjetivan a un productor para situarlo en un ámbito social determinado.
Cuando digo «oficio», me refiero al conocimiento técnico del medio, lo cual implica el manejo de la tecnología, pero también de su lenguaje específico (esto del lenguaje daría a su vez para otra larga discusión en la que sería más bien crítico, pero no conviene entrar ahora en ello). El oficio necesita tiempo y dedicación, para desarrollar ciertas capacidades. Apretar el botón varias veces y escogen entre lo que la cámara almacena no sería suficiente para llamarse «fotógrafo», y tampoco sería suficiente saber hacer «bien» un determinado tipo de fotografía pero ser incapaz de hacer otra cosa.
Mi «oficio» es muy limitado (en conocimientos técnicos de cámara o de estudio fotográfico, pero también en tiempo de dedicación a ambas cosas), por lo que no me considero «fotógrafo» en este sentido, diría que por respeto a ese «oficio».
Si entendemos «fotógrafo» como un profesional que se dedica a la fotografía, que ejecuta encargos con este medio y que es remunerado por ello, diría que lo he sido en ciertas ocasiones, pero por tiempo muy limitado. Distingo aquí profesión de oficio, entendiendo que un profesional puede tener un conocimiento del oficio muy limitado o que un gran artesano de la fotografía puede dedicarse a ella de forma no profesional (así ha sido históricamente en las agrupaciones fotográficas, por ejemplo).
« Un fotógrafo modernista clásico se llamaría a sí mismo «fotógrafo» y rechazaría el calificativo de «artista», como rechazando cierto elitismo y esnobismo del mundo del arte. De forma recíproca, una persona del mundo del arte con mentalidad modernista clásica podría usar fotógrafo de forma despectiva […]»
Finalmente, queda el uso de la palabra fotógrafo como una forma de ubicar socialmente. Tal vez sea un uso más de fondo, y por ese motivo menos visible o evidente, pero también más profundo y constante. Aquí fotógrafo es una etiqueta que clasifica, casi más un adjetivo o incluso un apellido que un sustantivo referido a algo concreto.
Este uso depende mucho de la posición del hablante: Un fotógrafo modernista clásico se llamaría a sí mismo «fotógrafo» y rechazaría el calificativo de «artista», como rechazando cierto elitismo y esnobismo del mundo del arte. De forma recíproca, una persona del mundo del arte con mentalidad modernista clásica podría usar fotógrafo de forma despectiva para marginar a alguien que no considera artista. Un fotógrafo contemporáneo podría reclamar a la vez los calificativos de «fotógrafo» y de «artista», y ambos serían también usados por las instituciones y agentes del mundo del arte para legitimar, por ejemplo, lo que había sido un trabajo fotográfico profesional (un encargo) como «Arte» (algo libre y puramente contemplativo).
Obviamente, todo esto ha dependido y depende del valor que se da a la fotografía en cada momento y cada contexto (ambos factores cambian, a veces muy rápido).
En este último sentido y por cerrar con una autodefinición, en diversas situaciones concretas se me ha situado como fotógrafo (artístico o profesional), o como artista que usa la fotografía. En algunas ocasiones hubo factores objetivos que justificaban estas ubicaciones, y en todo caso no las cuestiono ni las disputo.
Por otra parte, si uno de los factores que define a un profesional es su profesión de fe, es decir, la creencia en los valores que se manejan dentro de la comunidad en la que desarrolla su actividad, entonces mi conclusión es que nunca acabo de creerme como fotógrafo… ni como artista, ni como profesor, ni como investigador… Hice algo de todo eso, pero nunca con la suficiente continuidad como para sentirme definido en una de esas actividades. No me parece que tenga que ver con ninguna clase de independencia heroica, sino más bien con algún tipo de falta de confianza.
J.: Viendo tu obra colgada en internet da la impresión de que comenzaste a finales de los noventa de una manera más cercana a la fotografía y que durante tu formación en BBAA tu relación con la misma se ha convertido más en una herramienta para realizar tu obra artística ¿es así?
E.: Es así, con matices:
No tengo trabajo fotográfico anterior a mi formación en Bellas Artes. Mi primera formación fotográfica (y todavía la más importante) fue la que tuve durante la carrera, primero con Alfonso J. Palmeiro y después con Manuel Sendón, quien a su vez fue la primera persona que me invitó a participar en una exposición, en este caso en una sección de la Fotobienal de Vigo del 98. El hecho de comenzar a exponer antes de terminar la carrera y de hacerlo mostrando fotografía en contextos específicos de la misma puede dar esa impresión de que tenía una actividad fotográfica previa a la carrera, y que durante la misma cambié la manera de enfocarla. Ese cambio se produjo, pero años después, diría que en la mitad de la primera década de los dos mil. Efectivamente, pasé de hacer un trabajo centrado en el medio fotográfico a hacer un trabajo centrado en ciertas líneas discursivas que, eventualmente, podían usar la fotografía como medio, pero que no siempre lo hacían.
Volvemos al debate de fondo entre fotógrafos artísticos y artistas que usan la fotografía, o sobre la fotografía como medio (medio final o medio instrumental). No entro de nuevo en ello para no extenderme, simplemente observo que ese cambio en el uso de la fotografía tuvo que ver con la adopción (más o menos consciente) de estrategias cercanas al arte conceptual y, de forma más específica, las de aquellas propuestas cercanas a la crítica institucional (que siempre he procurado aderezar con un poco de retranca para evitar la pose erudita o panfletaria).
Aún me parece que esa línea del arte conceptual tiene vigencia y una tradición sólida, con grandes nombres (algunos considerados «fotógrafos»), pero en su fondo hay también un cierto desprecio platónico (o calvinista) de la sensualidad en favor de las ideas, lo cual a veces implica cierto descuido de la técnica.
Digo esto un poco también en mi contra, pero no es mi mayor reticencia actual a esa forma de usar la fotografía como un medio más entre otros muchos posibles. Lo que ha ocasionado que en los últimos años haya vuelto a trabajar en medios y formatos específicamente fotográficos es cierta sensación de agotamiento, de que estaba repitiendo el mismo chiste, efectivo y entendible, pero algo plano.
Cuando intento ponerme a trabajar sin tener del todo claro lo que quiero decir, acudo a la fotografía, y en este momento no tengo las cosas claras.
J.: Tienes una serie de fotografías estenopeicas llamada Fuera hace (más) frío. En la explicación que das del trabajo se puede leer:
« …Se desdibuja la autoría y se mantienen diversas capas de criterios visuales, gráficos y de escritura…»
« …Se buscaba un procedimiento crítico con el que desmontar cualquier rasgo de la tediosa autocomplacencia que suele asociarse a este tipo de imágenes.»
¿Nos podrías contar algo del significado de estas dos frases?
E.: Ese trabajo es una recopilación de fotografías realizadas sin un proyecto o intención definidas a lo largo de más de 15 años. Técnicamente hay de todo: fotografías analógicas en color y b/n, diapositivas escaneadas, fotos digitales de cámara compacta, reflex y teléfono… y también cuatro pequeñas fotografías estenopeicas en blanco y negro. Rebuscando en ese material, noté que abundaban las fotografías de interiores y de objetos, de modo que hice una maqueta tirando de ese hilo de forma muy intuitiva y la presenté a una convocatoria de Copias de Autor. El trabajo fue seleccionado junto con el de Rosendo Cid para ser editado y publicado por ellos en formato de fotolibro. Van a cumplirse ya dos años de esa selección, pero la cosa aún está en proceso… y es muy importante hablar del proceso:
No sólo les presenté la maqueta, sino que también propuse una especie de «protocolo» editorial que consistiría en que mi maqueta sería impresa por Copias de Autor con cierta calidad, que esa versión impresa sería re-editada por el propio equipo de Copias (con anotaciones, modificaciones o lo que fuese necesario), que se harían tres copias facsímil de esa versión para ser enviadas a tres revisores (con experiencia en edición de fotolibros), que a su vez harían su propia corrección… teniendo al final tres maquetas con tres capas de revisión cada una, que serían editadas en un formato tipo fanzine.
Esta propuesta enrevesada me parecía una estrategia para conseguir dos cosas:
• Dejar constancia de un proceso de edición, en el que siempre intervienen varias personas y no solo el sagrado y mítico «autor».
• Al hilo de lo anterior, poner a prueba un material que para mi es bastante personal, pero que justo por eso no quería presentar en un modo egocéntrico o autocomplaciente.
Creo que en todo esto quedan explicadas las frases por las que preguntabas, sobre las «capas» de escritura y sobre el rechazo de la «tediosa autocomplacencia».
El proceso de edición descrito ha dado muchas vueltas, y al final no será exactamente el previsto, pero de alguna forma también era un juego abierto a modificaciones.
J.: Tienes una serie llamada Formas endémicas en la que fotografías tu lugar de origen que es Malpica, también tienes un texto en el que hablas de este trabajo el cual contiene frases muy duras como:
« …Pero el amontonamiento cubista de edificios no está ahí para ser visto, sino para reforzar la hostilidad del ambiente: poca luz, aún disminuida por lo estrecho de los callejones, viento encajonado y humedad. Hormigón teñido de verde por causas naturales …».
« …Las personas en edad de trabajar se marchan por mil motivos evidentes.
Ya no hay nada que pescar aquí…»
« …Los que se quedan apenas salen de sus cajones-casa durante meses.
Algunos no salen nunca (no siempre son los más viejos)…»
¿Estás hablando de ti mismo cuando nos hablas de Malpica? ¿De como el lugar al que se pertenece condiciona de manera profunda la vida?
E.: Ese trabajo es el origen de un libro que se ha publicado: Un lugar. Dúas descricións inadecuadas. Se trata de una autoedición con mis imágenes y diseño, y con textos de Héctor Pose (profesor universitario y escritor también de Malpica). El texto por el que me preguntas era un borrador que tenía para la introducción.
El libro no es propiamente autobiográfico, pero sí se acerca (manteniendo las distancias) a un lugar con el que no tengo una relación neutral (mezcla de memorables veranos infantiles en la casa de los abuelos y percepciones adultas bastante menos teñidas de diversión). De todas formas, de nuevo para no caer en la autocomplaciencia lírica, las fotografías son deliberadamente «secas», los textos son de otro autor y el «un lugar» del título deja abiertas las posibilidades de asociación con otros lugares (que de hecho se producen en personas que han visto el libro).
J.: Gran parte de tu obra se basa en explicar al espectador la precariedad laboral del mundo artístico en Galicia ¿A quien crees que le ha gustado más, a la gente del mundo artístico o a los que no pertenecen a él?
E.: No se trataba tanto de «explicar» como de «traer a escena» lo que generalmente queda oculto tras la tramoya (en este caso, la tramoya del ámbito artístico gallego).
«[…]siempre he intentado hacer un trabajo «entendible», que no necesitase un complejo libro de instrucciones para ser descifrado… y, por otra parte, independientemente de la accesibilidad, ¿Qué propuestas de arte contemporáneo interesan a personas que no estén ya en cierta medida interesadas o implicadas en el arte contemporáneo?.»
Está bien lo de situar a Galicia como ámbito, porque tampoco se trataba de hacer generalizaciones, sino de «jugar» con los contextos concretos en los que tenía oportunidades de visibilidad. En este sentido, es posible que el interés que han podido despertar estas propuestas está más circunscrito a ese mismo contexto, es decir, que hayan llegado más a agentes del campo del arte y a público habitual del arte contemporáneo. En cualquier caso, siempre he intentado hacer un trabajo «entendible», que no necesitase un complejo libro de instrucciones para ser descifrado… y, por otra parte, independientemente de la accesibilidad, ¿Qué propuestas de arte contemporáneo interesan a personas que no estén ya en cierta medida interesadas o implicadas en el arte contemporáneo?.
Tal vez trasciendan a ese campo las obras polémicas (véanse los anzuelos para odiadores que lanza Santiago Sierra y que nunca fallan), pero tal vez no sea esa la repercusión más deseable.
Añado que, si hablaba de precariedad, era por un intento de conocer cómo funcionan las cosas sin sacar los pies de la tierra, pero la forma de hablar de ello se acabó convirtiendo en un tipo de metalenguaje o, como mucho, en una serie de chistes para artistas (como hay chistes para matemáticos).
J.: Tu fotografía Imposibilidad I es un autorretrato en el que sostienes un cartel que dice: «A incapacidade deste tipo de fotografías (ou calquera outro) para comunicar o que estou pensando ou sentindo» ¿Te estás refiriendo a lo imposible que es mediante una foto que nos pongamos en la piel del que sufre la precariedad laboral del artista o a lo limitado que es el medio fotográfico como medio de expresión?
E.: Más bien lo segundo, que aún podría extenderse más allá de la fotografía, a la imposibilidad de toda representación de ser algo más que mera representación (por tanto, algo diferente de lo que quiera que intenta representar).
Es un problema muy barroco, pero más antiguo que el mismo Barroco. De todas formas, sin irnos tan lejos, un autor que ha tratado esto de forma seria y específica (aplicada al retrato fotográfico) es Thomas Ruff, con sus inmensos retratos de rostros impenetrables por inexpresivos y herméticos. Las caras son como cosas o edificios. La fotografía lo iguala todo, aún cuando se suponía la mejor herramienta para describir hasta la más mínima particularidad. Es el reino del detalle sin significado.
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Con unos medios y una capacidad técnica mucho más limitada que la de Ruff, esa foto que titulé Imposibilidad I prescinde del detalle y va a lo más elemental de esa limitación de la fotografía.
De algunos retratos fotográficos se dice que «solo le falta hablar», pero ninguno habla, ninguna fotografía lo hace realmente. Lo hacemos nosotros por ella, en un ejercicio de ventriloquía automática.
J.: En mi opinión la cultura se ha objetualizado por parte de los aparatos estatales de una forma que nos ha llevado a un estado de las cosas muy peligroso. Existe toda una industria de la cultura, en nuestro campo por ejemplo, cobran los profesores de las cuatro (¿o hay más?) escuelas de arte que hay en Galicia, los profesores de la facultad de Bellas Artes, los concejales de cultura de cualquier ayuntamiento, los directores de museos, los que montan las exposiciones en los museos, los que barren las salas de los museos… pero no los artistas. Es decir, que tal y como yo lo veo el arte gestionado desde el estado sólo beneficia al estado en forma de propaganda y a todo un aparato burocrático que vive a expensas de los artistas o de los futuros artistas.
E.: Creo que aquí conviene separar «aparatos estatales» e «industria de la cultura».
Mencionas a ambos, pero al exponer tu planteamiento crítico (más que pertinente) solo te refieres a agentes públicos o institucionales. Entiendo que la crítica debería dirigirse tanto al ámbito público como al mercado y las instituciones privadas. En paralelo a esto, entiendo también perfectamente lo que dices respecto del contraste entre la falta de remuneración a los artistas y el pago a todos los demás trabajadores implicados en la producción de cultura, pero no creo que esto cuestione directamente la labor de esos agentes (es justo que cobren, lo injusto es que no lo haga el artista), ni que cuestione por extensión al arte gestionado desde el estado y que toda esta injusticia tenga por finalidad sustentar un aparato burocrático y su propaganda. Suponer algo así dibujaría la imagen caricaturesca de un régimen comunista, la misma imagen que los liberales utilizan para atacar cualquier tipo de gestión pública, también la que se da en las democracias y también, para nuestro caso, la que tiene que ver con el ámbito de la cultura: «El estado nos roba nuestro dinero y lo reparte en subvenciones con las que tener contentos a “los de la cultura” para que le sean favorables…» A ese tipo de relato me refiero, pero me temo que las cosas son más complejas.
No quiero erigirme aquí en convencido defensor de las vigentes políticas culturales públicas. En la mayor parte, dejan bastante que desear y están lejos de las buenas prácticas, pero sí quisiera hacer cierta defensa de lo público entendido como res pública. En este sentido, la fiscalización por parte de los ciudadanos sobre el uso del dinero público (de «nuestro dinero») me parece oportuna y síntoma de comportamiento político. No se trata tanto de reducir el estado y sus odiosos impuestos hasta lo mínimo posible porque son esencialmente malignos, sino de exigir un uso justo de los recursos públicos.
La alternativa de un mercado campando a sus anchas (deseada por muchos, aunque nunca por una convicción que contradiga sus intereses) no me parece mejor solución. Sería (si no lo es ya) la ley de la selva por otros medios. Muchas formas de cultura no podrían competir con reglas de mercado (lo cual no quiere decir que sean superfluas, como el éxito comercial no es garantía de calidad). Haciendo una metáfora eco-mercantil, conduciría al monocultivo de las especies más rentables y a la extinción de las que no lo son. En este sentido, el mercado es cruel materialmente, pero también lo es ideológicamente, porque, por mucho que se presente como algo alejado de la política (de «esas cosas de los políticos», como si no fuesen cosa de todos), tiene un discurso de fondo que cala en nuestras subjetividades. Simplificando de nuevo, todos tenemos que ser emprendedores altamente motivados, que trabajan por amor al arte y que, por tanto, asumen todo riesgo y toda precariedad. (En este punto, no soy en único en opinar que el mito del artista romántico y bohemio se ha convertido en modelo laboral contemporáneo, no solo para el mundo del arte o de la cultura).
Una última nota de matización: tampoco creo que el mercado sea malo en sí y que por tanto haya que eliminarlo. Como en el caso de la gestión pública, se trata de buenas prácticas y equilibrio. Ponerle un regulador de presión a la caldera para que no explote.
«Es cierto que la visibilidad de algunos artistas en circuitos institucionales públicos puede beneficiar sus ventas en circuitos comerciales, pero en el caso del arte ni unos ni otros tienen el suficiente peso como para que de esto se deba sospechar de un gran mecanismo fraudulento para el lucro de unos pocos.»
J.: He usado aparato estatal e industria en la misma frase porque en el caso de Galicia van de la mano: Artistas que se ganan la vida de profesores, artistas que desisten de vivir de su obra y estudian oposiciones, artistas que venden en galerías privadas porque son valorados por instituciones públicas como el MARCO o CGAC… Por desgracia, sobre el llamado aparato estatal yo soy bastante más pesimista, pues no creo que una democracia auténtica sea la que delegue su poder en un parlamento, yo creo que de esa manera no existe una gestión real por el público, y la cultura siempre consistirá en darle un premio nacional a alguien una vez al año u organizar unas olimpiadas…
E.: Entiendo y en parte comparto tu opinión respecto a la conexión entre Estado e industria (cultural) en Galicia (y en España), pero creo que esta conexión dista mucho de las habituales «puertas giratorias» que se dan en otros sectores (principalmente la banca, empresas del sector de la energía y otras multinacionales de gran escala).
En el caso de la cultura, esa conexión puede estar en el funcionamiento del Estado (o de sus distintas administraciones, para ser más exacto) como cliente, para suplir de alguna forma la inexistencia de un mercado del arte y/o de la cultura que pueda dar salida a la cantidad y diversidad de arte y cultura que se produce en su territorio.
Es cierto que la visibilidad de algunos artistas en circuitos institucionales públicos puede beneficiar sus ventas en circuitos comerciales, pero en el caso del arte ni unos ni otros tienen el suficiente peso como para que de esto se deba sospechar de un gran mecanismo fraudulento para el lucro de unos pocos. Creo que aquí nadie se hace rico con el arte. Los ricos implicados en el mismo ya lo eran antes y (cambiando radicalmente de caso) quien abandona la actividad artística para dedicarse a la docencia tampoco lo hace para ser rico.
En paralelo a esto introduces otro debate más general y de fondo respecto a la sospecha por la democracia representativa y, de algún modo, apuntando a la posibilidad de una democracia más participativa y directa. Como en una partida de cartas, veo tu pesimismo, y subo con la consideración de que esa democracia directa y/o participativa puede estarse ya asentando en una forma más distópica que utópica: no sólo es que se haga política (y gestión de lo público) a golpe de encuesta, es que se hace a golpe de corrientes de opinión en redes sociales. Si se hiciese en función de la dirección del viento sería menos errática, porque por lo menos hay tendencias más estables.
J.: Los centros de poder utilizan las inversiones en cultura como tantos a su favor y la población civil ha entrado al juego en una insana relación con ese poder, en parte porque el dinero que se gestiona pertenece a esa misma población civil y como es lógico lo reclaman, pero en parte porque estamos docilizados, en lugar de luchar por un cambio permanente en la utilización de la cultura luchamos entre nosotros por subvenciones, becas y concursos en una carrera individualista que tarde o temprano todo corredor de fondo abandona.
E.: Hablar del poder centra la cuestión, pero creo que sigue siendo oportuno distinguir entre lo público y lo privado. Ya mencioné que me parece oportuna esa preocupación por «lo que hacen con nuestro dinero» y cierta suspicacia respecto de las subvenciones para las que competimos entre nosotros. No creo que sea tan fácil buscar alternativas a estos mecanismos o que no luchamos por cambiarlos por estar docilizados. Creo que más bien estamos implicados en ellos de forma tan compleja que es difícil intervenirlos sin causarnos algún daño, aunque no tendía por que ser mayor que el que nos causamos al competir agresivamente entre nosotros con unas reglas de juego que no hemos decidido pero que asumimos. Hay reglas crueles (y no necesariamente justas) en la competencia de las subvenciones y en la competencia del mercado (por separar de nuevo lo público y lo privado). Podríamos decir que ambas son reglas impuestas desde el poder, pero esto tampoco sería gran novedad. Cada forma de poder tuvo sus reglas… y su arte. Las obras que han trascendido no necesariamente han luchado contra el poder de turno, pero tampoco suelen haberse limitado a ser su altavoz.
Respecto a la metáfora del corredor de fondo que abandona, me parece fascinante, pero temo que en el mundo real no lo sea tanto como en la película La soledad del corredor de fondo (Tony Richardson, 1962).
J.: No recuerdo como acaba la película pero sí conozco como termina la carrera de muchos: «Bueno, tengo treinta y tantos y he recibido todas las becas posibles ¿y ahora que?». Creo que es algo que no tiene solución, al menos dentro de esta entrevista, pero para mi, el principal culpable es el estado, el que tira la primera pieza del dominó, todo es propaganda para un estado, da igual que sea neoliberal, stalinista o socialdemócrata: media hora de propaganda artística de madrugada por el segundo canal y 23 horas de basura el resto del tiempo.
E.: Aquí vuelven algunos temas ya tratados: el abandono de las carreras artísticas, el papel del estado y la influencia de sus políticas en el campo del arte o su búsqueda de rentabilidad inmediata en términos de imagen. Creo que de algún modo tenemos lo peor de cada casa: parece que queremos semejarnos a un modelo francés de gestión de la cultura, que la entiende y apoya como un valor nacional (no solo, pero también como producto comercial rentable y exportable) y un modelo anglosajón más liberal que fiaría al mercado y a la competencia el sostenimiento de la producción cultural.
«Ese mercado es, en nuestro caso, de muy pequeña escala, incapaz de asimilar a todos esos artistas que han agotado la cadena de becas posibles. La promesa de futuro profesional al que parecería conducir un inicio de carrera avalado por numerosos apoyos públicos no se cumple.»
En el caso español (y gallego), parece que hay tendencia a ofrecer una oferta de apoyos o ayudas que impulsarían la fase inicial de unas carreras artísticas que, después se insertarían con ciertas garantías de continuidad en un mercado del arte.
Ese mercado es, en nuestro caso, de muy pequeña escala, incapaz de asimilar a todos esos artistas que han agotado la cadena de becas posibles. La promesa de futuro profesional al que parecería conducir un inicio de carrera avalado por numerosos apoyos públicos no se cumple.
Tal vez también se apoya al inicio de las carreras (es decir, a artistas jóvenes o «emergentes») porque es más barato y ofrece más réditos en términos de imagen. Ahí estoy de acuerdo contigo, sin llegar a ver esto como un gran aparato estatal de propaganda, pues me parece algo bastante más pedestre: simple cortoplacismo y falta de planificación seria. Lo de dar una caña o enseñar a pescar.
J.: En mi opinión el arte moderno peca de soberbia cuando dice que se ha reinventado a si mismo en las segundas vanguardias ya que su discurso defiende que ahora una instalación artística efímera rompe la relación arte-capital representada por un cuadro o una foto enmarcada pues estos son objetos de intercambio monetario y puramente especulativos ya que se pueden almacenar, vender… Pero tu obra viene a decir algo más a todo ese discurso y es que ¿De que come el artista cuando está realizando esas bonitas obras efímeras no capitalistas? ¿Donde vive y donde trabaja en sus grandes ideas? ¿Como se compra la ropa? ¿Se puede permitir ir al cine con los amigos?
E.: Está bien que especifiques arte moderno (y no contemporáneo) o que te refieras precisamente a las segundas vanguardias, aunque quizá habría que situar en ellas tanto la culminación de la soberbia modernista como el fin de la misma para pasar a otra cosa, tal vez al cinismo posmoderno.
Es con las segundas vanguardias que el mundo del arte se da cuenta de que no va a cambiar al resto del mundo, y de que toda tentativa antimercantil es susceptible de ser asimilada por el mercado. Esto pasó también de forma especial con la fotografía, si es que la fotografía no fue precisamente el lugar clave donde pasó esto: la documentación fotográfica de obras efímeras (por tanto invendibles) se acabó convirtiendo ella misma en obra vendible, lo que también contribuyó a que la fotografía fuese admitida dentro de la tradición del arte y no solo en una tradición paralela de la fotografía artística.
Fotografía aparte, la reacción inmediata de los años ochenta a este final de las revoluciones encadenadas fue una pintura bastante tradicional (aunque su tradición fuesen las vanguardias históricas) y bastante vendible. Por supuesto, no todo fue celebrar el mercado, y frente al posmodernismo conservador hubo también uno de resistencia (tomando ideas de Hal Foster), en el que la fotografía tuvo un papel más protagonista.
En fin, que lo que tenemos es una selva de opciones que van desde el mercantilismo más burdo hasta el activismo más ingenuo, pasando por amplias capas con distintos grados de cinismo. Es raro encontrar ya a un artista que quiera cambiar el mundo pero, como apuntas, independientemente del grado de pensamiento utópico que mantenga, todo artista debe vivir de algo.
J.: Tu estás, o al menos lo has estado, representado por al menos una galería, Adhoc de Vigo ¿Que tipo de fotografía se vende en Galicia y en el resto de España?
E.: Saber el tipo de fotografía que se vende es complicado, porque la venta privada de obra artística es algo muy opaco. Cuando investigaba para la tesis me resultaba casi imposible encontrar información al respecto: cuando encontraba el catálogo de una exposición de obras en colecciones privadas, solían omitirse los nombres de los propietarios y las galerías son en general reticentes a dar nombres de clientes.
Al margen de esto, el hecho de poder visitar alguna colección gallega me hizo notar que la fotografía que atesoran está más relacionada con la programación de las instituciones (especialmente del CGAC) que con la actividad de las galerías.
Por otra parte, en las ferias de arte la presencia y las ventas de la fotografía han oscilado. Tal vez a finales de los noventa y principios de los dos mil hubo un auge, con la punta de lanza de la Escuela de Düsseldorf y sus seguidores, pero la tan mentada crisis tuvo en el mercado del arte la consecuencia habitual: más conservadurismo y más pintura. En este punto conviene matizar que en el marcado del arte han sido (y todavía son) habituales las suspicacias por la reproductibilidad de la fotografía, de forma que esa apuesta por la pintura también implicaría la apuesta por un tipo de obra de la que se tienen más garantías de singularidad. Siempre hay miedo a que aparezcan por ahí copias fotográficas más allá de la limitación de la serie, rebajando el valor de la foto que se colecciona.
Como última observación, diré que en ciertas ferias aprecié bastante presencia de fotografías de artistas conceptuales y de performance de los años sesenta y setenta, pero no ya las copias amateurs que sirvieron en su momento como documentos, sino grandes (y recientes) copias impolutas que rentabilizan aquel material.
«Me temo que en Galicia no hay un mercado del arte que pueda calificarse como tal y que, por tanto, tampoco queda mucho margen para el esnobismo en ese terreno.»
J.: Un artista plástico gallego me decía hace unos años que las galerías de arte gallegas, generalizando, son focos snobs y de triste relación con el artista representado, decía que la mayoría eran negocios montados por empresarios gallegos para que sus mujeres los gestionasen y que entrada la crisis del 2008 fueron cerrando porque sus círculos de amistades fueron progresivamente dejando de comprar obra ¿Tu que crees?
E.: Me temo que en Galicia no hay un mercado del arte que pueda calificarse como tal y que, por tanto, tampoco queda mucho margen para el esnobismo en ese terreno. Los círculos de amistades de las galerías no eran tan extensos y, desde luego, no pueden identificarse como un mercado propiamente dicho. Si la crisis provocó cierre de galerías tal vez fue porque la ilusión de ese mercado (o la esperanza de crearlo a partir de la oferta en lugar de a partir de la demanda) ya no era sostenible.
Que algunas galerías estuviesen gestionadas por mujeres de empresarios gallegos, es cierto, pero tal vez sea mejor opción que comprar yates. La filantropía cultural de las capas sociales mejor posicionadas tuvo cerca de nosotros algunos precedentes más interesantes (creo yo) que el modelo anglosajón. Estoy pensando en aquellos indianos que, después de hacer fortuna en la emigración, fundaban una escuela en su villa natal. Podía haber algo de vanidad en esto, pero creo que las ventajas superaban a los inconvenientes, porque no solo se ponían a disposición de los vecinos unos recursos a los que no podrían acceder de otro modo, sino que eso también tenía cierta capacidad para cohesionar a las comunidades. Las posiciones dentro de las mismas eran desiguales, cierto, pero se contemplaba un terreno común.
La filantropía de modelo anglosajón, fomentada fiscalmente, creo que mantiene más las distancias entre estamentos sociales. En general, el aumento global de la desigualdad parece ir paralelo a un modelo en el que la acumulación de capital ha dejado de tener matices o complejos. No defiendo la teoría de la pirámide de copas de cristal (deja que la copa del rico se llene, que algo llegará a la tuya), porque creo que no funciona más que para generar miseria, pero tal vez esa especie de indemnización por el daño cometido que es la filantropía era más honroso para las dos partes.
Otro caso cercano: Fenosa explotó de forma a veces cruel el territorio gallego. Tal vez su filantropía en el ámbito del arte (que culmina con la actividad del MACUF, después MAC) fuese una especie de expiación de aquella culpa. Naturgy, como la mayor parte de las corporaciones multinacionales, no tiene conciencia y cierra el MAC sin mayores debates internos. Me resulta extraño escribir esto, pero tal vez la cosa judeocristiana del sentimiento de culpa no tenía solo malas consecuencias, después de todo.
Decía también aquel artista al que te refieres que la relación de los artistas con las galerías era triste. Pudo ser en parte por esa ausencia de un mercado que dotase de sentido «real» a esa relación, y en parte porque desde las galerías tampoco se ha realizado un gran trabajo de promoción externa de los artistas. Estar con una galería puede parecerse bastante a estar en el banquillo de un equipo de fútbol.
J.: Pero la gestión de una galería privada para lucro personal no es filantropía
E.: Nunca he dicho que lo fuera. Cuando daba el ejemplo de los indianos pensaba en algo ya muy lejano y totalmente extinguido.
Las actuales galerías están en el actual modelo de mercado, que tiende a dejar al margen los escrúpulos (aunque muchos proyectos comerciales tengan sinceras buenas intenciones).
J.: Cuéntanos a grandes rasgos que diferencias descubriste durante la investigación para tu tesis entre los fotógrafos artísticos y los artistas que utilizan la fotografía en Galicia ¿Que fue lo que más te llamó la atención?
E.: A la vez hay bastantes diferencias y ninguna. Digo lo de ninguna porque es importante señalar que no son diferencias esenciales, que estén asociadas a la práctica de uno de esos grupos y ausentes en la del otro. Ocurre más bien que las distinciones son externas, relacionadas con la ubicación de los productores en un campo determinado, según la visibilidad que tengan en el mismo o el reconocimiento de otros agentes de ese campo.
Es célebre la anécdota sobre como el trabajo de Roger Fenton para el British Museum documentando sus colecciones era en origen material de archivo, que en parte fue vendido y más tarde recomprado a precio de «obra artística» por el mismo Museo. Parece ser que en el British todavía hay diferentes copias de la misma imagen, ubicadas respectivamente como documentación o como obras de arte. El autor no cambia y la supuesta obra tampoco, cambia su ubicación.
«[…] los «fotógrafos« que comienzan a trabajar en los ochenta con voluntad de autoría suelen reivindicar la Historia de la fotografía como arte en «progreso« hacia su autonomía y ―sobre todo― se reivindican propiamante como “fotógrafos”, mientras que los artistas que usan la fotografía se alinean con la Historia del arte y no se identifican como “fotógrafos” […]»
Con los fotógrafos artísticos y los artistas que usan la fotografía ocurre muchas veces algo parecido: que sus prácticas son casi idénticas, pero que se los ubica de forma diferente. A pesar de todo esto, creo que sí pueden dibujarse algunas diferencias, no tanto en las prácticas como en los discursos que en cada una de las dos ubicaciones se suelen articular sobre esas prácticas. Extraigo y sintetizo algunas observaciones al respecto que hice para la tesis:
Teniendo el ámbito gallego como referencia, los fotógrafos que comienzan a trabajar en los ochenta con voluntad de autoría suelen reivindicar la Historia de la fotografía como arte en «progreso» hacia su autonomía y ―sobre todo― se reivindican propiamante como «fotógrafos», mientras que los artistas que usan la fotografía se alinean con la Historia del arte y no se identifican como «fotógrafos» (aunque solo empleen ese medio), manteniéndose implícita en ambos posicionamentos cierta actitud metalingüística o reflexividad sobre los medios artísticos que emplean.
En otro plano, cuando los fotógrafos quieren reivindicar el valor artistico del medio (lo que reclamaría cierto desiterés estético asociado al arte en su concepción moderna) entran en cierto conflicto con el valor de profesionalidad (por los «impuros» intereses económicos implicados), por lo que se les hace necesario separar arte de artesanía, distinguiendo habitualmente entre encargos y obra de autor (también identificada como trabajo personal). Aunque los artistas no parezcan tan preocupados por esa no-contaminación, serán escrupulosos con el seriado de las fotografías (no reverencian el medio pero respetan las normas del mercado del arte).
También podemos ver como característica la preocupación por la técnica que se da en los fotógrafos (necesaria en ellos tanto para el ejercicio profesional como para la «expresión» como autores), que se manifesta, por ejemplo, en el rechazo del pixelado, los artistas no serán tan escrupulosos en este punto, pero tenderán a acercarse a las apariencias de la pintura o de otras artes tradicionales.
Si esta última opción puede tener que ver con lo que se demanda en el campo del arte, otras inclinaciones que separan a artistas y fotógrafos pueden tener que ver con lo que en ese campo fue rechazado: En los fotógrafos será más frecuente el verismo (propio de la fotografía documental), hasta hace bien poco mal visto en los circuítos del arte con más voluntad de contemporaneidad. La reciente acogida en los mismos de propuestas documentales críticas (no solo fotográficas) también podría suponer su desactivación.
Otro punto que podría ser conflictivo es el modelo de autoría, aunque aquí la separación puede no ser tan grande como cabría suponer. Podemos ser bastante escépticos respecto de aquella «muerte del autor» que decretaran Barthes y Foucault, y sospechar que la posmodernidad nos ha devuelto aquel mito del autor romántico tras un lavado de cara que lo presenta ahora como marca comercial. No hay tanta distancia entre el «fotógrafo-autor» (modelo aún bastante romántico) y el «artista-marca» que emplea la fotografía: los dos transmiten valor de originalidad a sus productos de un modo mágico (basado en creencias colectivas).
J.: En tu tesis también hablas de Virxilio Viéitez ¿Era este un artista o lo fueron los editores que nos mostraron su trabajo como el de un documentalista con un discurso?
E.: El caso de Virxilio Viéitez es un interesante ejemplo de lo que Rosalind Krauss llamó «cambio de espacio discursivo». Habiendo sido un fotógrafo profesional sin pretensiones artísticas, desde el final de los años noventa su trabajo es descubierto como «obra» (de arte) y el fotógrafo valorado como «autor» (artista), siguiendo un proceso de legitimación pilotado por otros agentes (en este caso, el papel de Manuel Sendón y Xosé Luís Suárez Canal fue clave, aunque no fuesen los únicos implicados).
La obra de Virxilio que se muestra exposiciones y publicaciones pasa por un proceso de edición con criterios ajenos a los que él tuvo (positivado de grandes copias sin reencuadre de los negativos, selección, secuencia, etc), pero sobre todo adquiere legitimidad por ser acogida por instituciones de referencia y tener el apoyo de agentes también de referencia.
En todo caso, por matizar, creo que el relato que se ha construido de Virxilio Viéitez como autor no lo identifica tanto con un documentalista con discurso, sino más bien con un artista «natural» o intuitivo, dotado de una sensibilidad que confiere a sus fotografías un valor estético superior al de otros fotógrafos profesionales (que también podrían tener un trabajo con valor documental).
Jugando con la etimología, el aspecto clave de un autor es su «autoridad», y la pérdida de autoridad de los artistas en favor de los comisarios y otro tipo de intermediarios hace que estos «editores» se apropien de la capacidad para designar ciertas obras como arte.
J.: Desde hace unos años estás coordinando el festival de fotografía Ffoco en Coruña, enlazando con la pregunta anterior, la obra de Virxilio Viéitez fue dada a conocer mediante famosos festivales ¿Que función tienen los festivales hoy en día y que función tenían en los ochenta?
E.: Es una buena pregunta, en la medida que los modelos de los festivales fotográficos dibujan la ubicación social de la fotografía y su evolución reciente.
Diría que hubo un período de auge de los festivales fotográficos, que abarcaría la década de los ochenta que mencionas, pero que llegaría a los primeros años del siglo XXI. En Galicia pueden citarse la Fotobienal de Vigo, el Outono Fotográfico de Ourense y la Mostra fotográfica de Lugo (de los cuales el Outono fue el más longevo y la Fotobienal el de más repercusión exterior). Estos festivales clásicos reivindicaban el papel social de la fotografía, a la que se acercaban desde diversos puntos de vista, pero sin una excesiva especialización excluyente (aunque unos tuviesen unos criterios curatoriales más exigentes que otros). Solían ser eventos de gran acogida por un público general, pero organizados con recursos limitados y gran voluntarismo. A que fuesen posibles también ayudó la menor valoración de la fotografía respecto del arte. Paradójicamente parte del éxito de los festivales contribuyó a la mejora de esa valoración y por tanto a un incremento de costes de las obras fotográficas y de los propios festivales, contribuyendo esto a su relativa decadencia. Digo relativa porque lo que pudo pasar es que la fotografía, ya valorada, entró en los circuitos del arte (como lo hicieron muchos fotógrafos, reubicados como artistas plásticos) haciendo innecesario ese papel de visibilización de los festivales.
También en otra suerte de paradoja, la tan mentada crisis y cierta vuelta al conservadurismo (económico) en el mundo del arte encogió de nuevo el espacio de visibilidad de la fotografía, otro factor que contribuye al surgimiento de festivales de nuevo modelo. No ha sido este el único factor, y la continuidad de los festivales nunca llegó a romperse del todo (en Galicia podemos citar Revela, el Certamen Luís Ksado o el efímero PhotoGalicia, aunque respondían a modelos muy diferentes), pero la crisis de la fotografía de museo, unida a la crisis de algunos espacios profesionales de la fotografía (especialmente la prensa) genera una situación en la que los fotógrafos tienen que reinventarse, buscando nuevos modelos laborales y de visibilidad. Es en este contexto donde surgen el fenómeno fotolibro, pero también nuevos modelos de festival fotográfico, generalmente más pequeños y especializados que los de los ochenta, pero igualmente voluntaristas. Estos nuevos festivales siguen teniendo bastante buena acogida pero, tal vez por su escala, no llegan a las afluencias de público de los festivales de los ochenta. Buscando un rasgo común que pueda ser significativo en algunos recientes festivales gallegos, tuvieron las proyecciones fotográficas como actividad principal el Proxecta (originalmente en Vilagarcía) y el Visions (en A Coruña), mientras que ffoco (A Coruña) también tiene las proyecciones como una de sus actividades (junto con una feria editorial, talleres, iniciativas participativas con los vecinos…)
Pensando en los públicos de estos nuevos festivales, y haciendo una analogía televisiva, las audiencias no han vuelto a ser lo que eran cuando solo había dos o tres canales. Los públicos se compartimentan y especializan, aunque también es cierto que hay propuestas más o menos restrictivas, y los festivales fotográficos siguen siendo bastante abiertos.
J.: ¿Como ha sido la situación económica de fotógrafos y artistas que usan la fotografía en Galicia desde los ochenta? ¿Ha mejorado? ¿Ha empeorado? ¿Es algo sano o precario? ¿Hay elitismos y desigualdades?
E.: Algo he adelantado ya al mentar a la crisis (la de la fotografía de museo y la de muchas formas de la fotografía profesional), a lo que habría que añadir la generalización del «amateurismo digital», que cubre gran parte de las necesidades de fotografía cotidiana antes realizada por profesionales. Hablé también de la necesidad de reinvención por parte de los fotógrafos, y de cómo han surgido nuevos modelos profesionales y nuevos ámbitos de visibilidad, todo ello con una mayor autoconciencia del medio (a pesar de su dispersión en multitud de ubicaciones sociales).
En este punto, la salud y la precariedad no son incompatibles, en el sentido de que los nuevos modelos, por surgir en un contexto desfavorable, pueden tener una base más sólida, aunque a veces cueste llevarlos adelante.
Por otra parte, los nuevos modelos económicos y laborales parecen implicar precarización generalizada, más allá de las especificidades de cada ámbito profesional. Las desigualdades no son algo nuevo ni específico de los sectores en los que la fotografía está implicada. Tal vez no se trata tener el objetivo utópico de su eliminación, como objetivos más prácticos en la búsqueda de recursos que permitan gestionarlas.
«Véase el funcionamiento fascinante y fascinado del “universo fotolibro”, con sus estrellas y satélites, sus tesoros, su culto… cuando supone una rama marginal de la industria editorial que raras veces posibilita la profesionalización de los autores […] el ‘glamour’ de la palabra ‘freelance’ ya no es capaz de esconder una situación bastante poco glamurosa.»
Respecto del elitismo, a veces podría ser una suerte de cura de efecto placebo ante la pérdida de un capital menos simbólico. Véase el funcionamiento fascinante y fascinado del «universo fotolibro», con sus estrellas y satélites, sus tesoros, su culto… cuando supone una rama marginal de la industria editorial que raras veces posibilita la profesionalización de los autores.
Para terminar de forma más positiva, este tipo de fenómenos también tienen su parte valiosa: a lo mejor sin la crisis de la fotografía de prensa y sin el auge de los fotolibros Tono Arias nunca se hubiese lanzado a montar Dispara, y sin Dispara nos habríamos perdido seguramente muchas manifestaciones del medio fotográfico bien interesantes.
J.: Has mencionado dos veces la crísis de la fotografía de prensa, siempre se ha dicho que la prensa está en crisis pues en ese mundo laboral ya se escuchaba eso en los años sesenta porque comparaban la situación con la de los treinta y así década tras década, pero dinos algo de esa crisis de la prensa gallega que has mencionado.
E.: Entiendo la observación respecto de esos sectores en «crisis perpetua» (como se dice del teatro desde la Grecia clásica), y admito que mi conocimiento del sector de la fotografía de prensa en Galicia es por terceros, pero también es cierto que detecto bastante unanimidad en las personas con las que he hablado de esto: Los contratos son una utopía y el ejercicio libre de la profesión se hace cada vez más insostenible por la devaluación del trabajo y el aumento de sus costes. Cierto es que esta situación puede ser común a muchos otros sectores y ser paralela a la tendencia de precarización generalizada, pero el caso es que el glamour de la palabra freelance ya no es capaz de esconder una situación bastante poco glamurosa.
J.: ¿Crees que los artistas y fotógrafos se organizaban mejor entre ellos hace varias décadas? Proyectos como el Colectivo Atlántica, CEF de Vigo o la revista 40 x 50 no se han vuelto a ver.
E.: Creo que debemos ser cautos al comparar las iniciativas colectivas de los ochenta y las actuales, sobre todo cuando en ocasiones (no en tu pregunta) se usan términos como «autogestión», que han cambiado radicalmente de significado. Muchas veces, las etiquetas que definen a agrupaciones de personas o iniciativas colectivas son etiquetas del relato histórico reciente que no se corresponden con hechos tan definidos. La sombra de Atlántica fue bastante más larga que a su existencia como colectivo (unos tres años), la revista 40 x 50 duró aún menos y los Nuevos Fotógrafos Coruñeses o el Colectivo Canbranco también tuvieron una existencia breve. El CEF duró más (de hecho sigue activo, aunque con menor actividad que en los años ochenta y noventa), pero lo que todas estas iniciativas tienen en común es que en la mayor parte de los casos consiguieron cierto apoyo institucional (de concellos, diputaciones, Xunta de Galicia o alguna entidad privada), o incluso la implicación de algún agente político. Estos rasgos se alejan de lo que entendemos hoy por autogestión y que asociamos a iniciativas que tienen que lidiar con menor (o nulo) apoyo exterior.
No pretendo con todo esto valorar como superiores las iniciativa de los ochenta o las actuales. Los contextos eran diferentes, las batallas son distintas y las armas disponibles también.
Si, por otra parte, lo que queremos valorar es el grado de solidaridad entre fotógrafos, esta siempre ha existido, pero también ha sido variable. En ocasiones cuesta encontrar un terreno común, por ejemplo, entre un fotógrafo que se ha especializado en bodas y uno que publica fotolibros documentales con tono de ensayo.
Con todo, tengo esperanza en que el intento por aglutinar estas diferencias en la FOG (Asociación da Fotografía Galega), supere el momento de relativo parón en el que parece que se encuentra.
J.: Yo también lo espero pero dicen los creadores de la FOG que es una tarea difícil.
E.: Cierto, se sabía desde el principio, pero creo que esto también le da más valor al intento.
J.: ¿Vives hoy en día de tu trabajo como artista?
E.: Nunca he vivido de mi trabajo como artista. Tampoco creo que vaya a darse esa situación en el futuro. No creo ser el único responsable de ello, pero tampoco creo ser totalmente inocente en este caso.
J.: ¿Haces planes de futuro a medio o largo plazo con respecto a tu carrera artística?
E.: No los hago, pero no soy ejemplo o caso significativo.
Cuando me refería a mi parte de culpa en esto pensaba en que, sin hacernos los ingenuos, todos sabemos qué tipo de acciones favorecen nuestra carrera artística (estar en ciertas inauguraciones, hablar con ciertas personas, viajar a ciertas ciudades en ciertos momentos, perder dinero participando en según que convocatorias que pueden darte visibilidad, contar cientos de veces en las redes sociales cada mínimo paso que das…).
No hice muchas de esas cosas cuando pude hacerlas, pero no diría que todo es imputable a la pereza. No suelo confiar demasiado en mis propios proyectos, o pierdo fácilmente la confianza en ellos. En seguida tengo la sensación de entrar en un juego de simulacros en el que me veo en la situación de hacer como que creo para hacer creer…
Por eso intento embarcarme en proyectos colectivos como Ffoco: yo pongo mi parte de trabajo y otros ponen su confianza en el proyecto. Tal vez lo que salga no sea tan personal, pero será más real (o al menos en eso sí creo).
15-5-2020
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